Diez días antes de que llegara el primer caso de coronavirus (sí, con minúscula) al país, recibí un mensaje de una pareja de extranjeras que requerían mis servicios. Querían casarse de tránsito en nuestro país (muy pocos lo permiten) y las habían rebotado en el registro civil de Almagro. Según ellas, por lesbofobia. Para mí, además, por no hablar nuestro idioma. Había poco tiempo para hacerlo, así que las cité a las dos horas y puse en marcha toda la maquinaria traductora.
Si bien este trabajo ya lo había hecho, y por eso me buscaron, tuve casi nada para encargarme de una de las cosas que más disfruto de este trabajo: la documentación y previsión de posibles situaciones y sus soluciones. Repasé la página del Registro Civil, anoté algunas cosas poco claras sobre la legislación vigente (la mala redacción puede traer problemas legales, oh, sí) y hablé con dos amigas que entienden del tema. Le pedí a la escribana con la que trabajo que me adelantara un presupuesto. Y allá fui, con este cuaderno verde que amo y es una cábala, el régimen de división de bienes en mente y mano y un plan para proponerles.
En la entrevista, me contaron un poco de su historia: por qué acá y sin familia y amigos. Siempre digo que la mitad de este trabajo, por solitario que parezca, tiene mucho que ver con las personas y sus necesidades, con la empatía y la disposición dentro de lo justo y humanamente posible.
Al día siguiente fuimos a otro registro civil, uno cuyo juez es más piola y no se cree comediante de stand up, algo que sucede a menudo. Tuvimos que pasar por varias situaciones de maltrato y descalificación, incluso cuando yo citaba artículos del Código, para que finalmente apareciera el mismísimo juez, avalara mi planteo y nos diera luz verde. Me sentí la heroína contra la burocracia por un ratito y pasamos a la siguiente etapa: ayudarlas a armar la celebración, más allá del trámite.
Al final las chicas no se casaron. Pospusieron la fecha para poder compartirlo con una amiga que podía volar a fines de abril. Cuando iban a tomar esta decisión, el 4 de marzo, me consultaron qué pensaba. No sé si porque estoy acostumbrada a este país o trato de no tener cuentas pendientes ni de especular, pero les dije que para mí era mejor concretar lo que habían venido a hacer y después festejaban con la amiga.
Hoy me escribieron. “¿Sabés cuándo vuelve a abrir el Registro?”. Todos teníamos planes, proyectos relativamente importantes para nuestra realidad, aunque ahora eso implique solo tener casa, comida y salud. Extraño ese tipo de trabajos, esa rutina, la parte de ser traductora e intérprete que me define, las ganas de ser puente y servicio y el disfrute de lo humano, las historias detrás de los clientes. Hay días en los que aún busco la moraleja detrás de la pandemia. A veces no me siento dentro del grupo que ahora valora más la vida de antes ni del que aprovecha para probar otras cosas. A veces no me alcanza cambiar vocación por laborterapia.