Hace unos días celebré seis años de matriculada en el Colegio de Traductores Públicos de la Ciudad de BA. Sé que para muchas personas este título es encriptado o no remite a nada. La verdad es que lo tengo por una decisión política de la provincia de Córdoba, donde estudié, pero no vivo solo de ejercer en “lo público”. Buena parte de mis días soy traductora a secas y no necesito un permiso.
Hace un tiempo, hablando con un comediante e ilustrador bastante popular entre centennials, lancé mi título sin mucho detalle y me respondió: “¿Y enseñás inglés?”. Sonreí no sin hastío, un poco porque realmente no le importaba saber de mí y otro poco porque es como si le preguntaran a un médico si enseña biología. “No me gusta enseñar el verbo to be”, respondí. Intenté no juzgarlo. No era la primera vez que alguien se quedaba en blanco. Reconozco que es frustrante que a la gente que le da la cabeza no se le ocurra otra pregunta, incluso si esto fuera un “¿Y eso qué quiere decir?”.
Como traductora pública, ayudo a migrantes a presentar sus papeles en universidades, asociaciones profesionales o consulados; intervengo en casamientos de personas que no hablan español y el registro nacimientos y defunciones; y colaboro cuando hay contratos. No me gusta decir que soy escribana pero en inglés, aunque, cuando la charla no da, tiro esa. Casi todos mis clientes vienen con alguna situación más compleja que el encargo de mis servicios, historias que en algún momento salen a la luz. Atrás hay anhelos o angustias y muchos paseos por laberintos burocráticos sin entender nada. Me toca también contener, acompañar y hasta recordarles que algunos trámites también son celebraciones.
La charla con el influencer no terminó muy bien: “Ah, tenés muchos curros”. Volví a sonreír. “Sí, tantos como vos, que haces series web, radio e ilustraciones”, y me fui a dormir pensando en esta secuencia y en cómo contar mejor. Por eso dedico tiempo a compartir algunos de mis trabajos. Me encanta la diversidad. Pocas veces me aburro. Ninguna semana es igual. Estoy ahí solucionando problemas cual productora. De tarea mecánica, poco y nada, por suerte.
El recuerdo del día de mi jura, cuando tuve credencial de “heroína al rescate en algún registro civil”, coincide casi con el Día del Traductor Público, que fue ayer. Podría haber seguido por la vida sin matricularme, pero haberlo hecho me abrió mil puertas y mil personas. Fue un salto cuántico en mi carrera. Valoro mucho la labor y presencia del Colegio de la Ciudad de BA. Pocas asociaciones tienen tanta oferta de cursos y beneficios, producción editorial y articulación con las carreras de formación.
Nuestro nombre será acartonado o no sonará a nada, pero gracias a él aprendí mucho de las personas, de tratar con ellas, de sus historias y de mis recursos. Ahora si se topan con algún traductor, público o no, ya saben qué puede enriquecer la charla y qué puede cancelarla, pero no tengan dudas de que estamos llenos de anécdotas de pedidos singulares para compartir siempre que tengan ganas de indagar.